La mujer es como el agua: primero debe calentarse antes de evaporarse en la mágica experiencia del éxtasis. Ella entra en un estado de plenitud orgásmica y, una técnica de respiración, canaliza el calor y la energía hacia el cerebro, favoreciendo su regeneración. Cuando la sexualidad se vive con consciencia, se convierte en una fuente de sanación.
El hombre debe transformar cada caricia en un arte, cada beso en un sendero hacia el placer y cada penetración en un toque preciso que estimule los rincones más exquisitos del deseo femenino. La vagina alberga múltiples puntos de placer más allá del punto G, y entre ellos se encuentra uno que no se toca con las manos, sino con la voz: el punto divino, el oído. Si logras que una mujer abra su oído a palabras de poesía mientras su cuerpo es envuelto en placer, habrás descubierto una nueva manera de amar.
En ese instante, no solo generas química, sino alquimia. Dejas atrás el sexo para convertirlo en amor. Te conviertes en el puente entre su deseo y su entrega, y así, su sonrisa será más genuina y su amor, más inmenso y universal.
Tomado de la red.
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